IMPERIO BIZANTINO

Historia de Bizancio enfocada principalmente en el período de los Comnenos

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Las cruzadas vistas por los árabes, de Amin Maalouf

Posted by Guilhem en enero 30, 2017

Las cruzadas vistas por los árabes

Amin Maalouf

Reseña literaria

1- Título

Las cruzadas vistas por los árabes.

2- Datos de la obra

Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas por los árabes, Alianza Editorial, Madrid, 1989, 392 pp. Traducción de María Teresa Gallego y María Isabel Reverte.

3- Sinopsis: estructura y trama

Maalouf divide su obra acorde con los principales momentos históricos vividos por Palestina y Egipto desde la prédica de la I Cruzada (1096-1099) hasta el encumbramiento de los mamelucos de Egipto y la reconquista que llevan a cabo de los últimos despojos francos esparcidos a lo largo de Ultramar. En consecuencia, destina:

a) una primera parte para narrar la invasión de los cruzados (1096-1100), previo paso por Constantinopla y el Asia Menor, donde obtienen dos grandes triunfos: Nicea y Dorileo.

b) una segunda para referirse a la ocupación y grado de avance (1100-1128) o lo que dicho en otras palabras sería la consolidación de las conquistas cruzadas sobre la base de dos condados, un principado y un reino,

c) una tercera sección para detallar la reacción del mundo árabe, la que finalmente tendrá lugar entre 1128 y 1146 de la mano de Imad ed-Din Zengi o Zangi, hijo de Aq Sonqor, cuyo reinado coincide precisamente con el período de tiempo que el autor escoge para el presente acápite (Zangi va a gobernar en la Siria del Norte entre 1127 y 1146).

d) una cuarta parte (1146-1187) donde Maalouf se concentra en la victoria del Islam, cuya cara más descarnada para los francos va a ser la derrota de Hattina, en 1187. En esta sección los principales protagonistas serán Nur al-Din y, obviamente, Saladino.

e) El quinto apartado (1187-1244) se centra en la tregua a la que arribarán cristianos y musulmanes, más por cansancio y desgano que por escasez de recursos bélicos. Partiendo del gran error estratégico de Saladino de no tomar Tiro, luego el autor se referirá a las políticas conciliatorias de los sucesores del gran potentado Ayyubí, una debilidad aparente que conducirá al encumbramiento de los mamelucos, los verdaderos verdugos de ayyubíes, francos orientales, armenios y mongoles. En esta sección se menciona, en un par de páginas, la toma y saco de Constantinopla por la IV Cruzada (1202-1204).

d) Por fin, el sexto y último apartado antes del epílogo, “la expulsión” (1244-1291), hace referencia al ascenso de los mamelucos, a la llegada de los mongoles, a las distintas estrategias que adoptan los francos del Norte (Antioquía) con respecto a los del Sur (Acre) en relación con las posibilidades de alianza que abre la irrupción de los tártaros, las victorias de los mamelucos en Palestina y, por fin, la expulsión del odiado invasor frany.

En el epílogo es obviamente donde mejor se pueden apreciar las conclusiones a las que arriba el autor, en especial aquellas relacionadas con las “taras” que él, afirma, han contribuido para atrofiar al mundo árabe, abriéndole las puertas a una constelación de administradores turcos, kurdos y armenios y a la llegada de los francos.

4- Los personajes más destacados (en orden cronológico y de acuerdo a su procedencia)

4.1 Turcos:

4.1.1 Kilij Arslan I (1092-1107): como no podía ser de otra manera, el segundo sultán selyúcida de Nicea, hijo de Solimán, es el primer personaje en ser caracterizado en el texto, por tratarse de la persona que inicialmente entra en contacto con la marejada frany comandada por Pedro el Ermitaño. Sin embargo, Kiliy, como le llama Maalouf, es un sultán turco, cabeza de una nación turca, y, como tal, la descripción que el autor hace de él es apenas anecdótica y se ciñe a ese momento trascendental del primer contacto entre cruzados y musulmanes. Para Maalouf, Kiliy será el primer dirigente musulmán en tener noticias de la llegada de los invasores, el primer soberano que los confrontará y, en consecuencia, el primero en infligirles una derrota y en padecer dos descalabros consecutivos y determinantes: Nicea y Dorileo[1]. En este sentido, la victoria inicial sobre las hordas de El Ermitaño creará en la imaginería del sultán una falsa idea de debilidad e improvisación acerca de las cualidades de los occidentales, que le alentarán a no conceder importancia a la siguiente oleada invasora, personificada ahora por las tropas regulares de la Cruzada. En suma, lo que se conoce como inexperiencia. Con el paso del tiempo, Kilij Arslan I restablecerá su prestigio merced a sus victorias sobre los cruzados de 1101, que logra no sin el apoyo de Danishmend.

1ra Cruzada Cercano Oriente v000

La I Cruzada (1097-1099): itinerario asiático

4.1.2 Yaghi Siyan: el siguiente personaje de relativa importancia es un turco a quien los líderes selyúcidas encumbran como señor de Antioquía y de sus territorios aledaños, una vez producida la retirada de los rum tras la batalla de Mantzikert. El Cercano Oriente parece ser un verdadero caos tras el desastre bizantino y, a la llegada de los cruzados, Yaghi será el encargado de defender la gran ciudad del Orontes. Cumplirá la misión con relativo éxito, pese a los traspiés de algunos de sus supuestos salvadores (Ridwan de Alepo, Dukak de Damasco, y Kerbogha o Karbuka de Mosul), hasta que solo la traición de un «maldito fabricante de corazas» determinará la caída de la gran metrópoli en poder de los cristianos.

4.1.3 Ridwan de Alepo y Dukak de Damasco: hijos de Tutush I, un gobernador selyúcida de Siria, ambos llegarán a ser, dada su manifiesta enemistad, los principales responsables del éxito cruzado en Siria, al restar cohesión a la reacción musulmana con su reprochable comportamiento. A su manera y prestándose a las más extravagantes alianzas, cada uno intentará conservar el poder en sus respectivas capitales, cosa que finalmente lograrán. Dukak morirá en 1104 y será sucedido por un antiguo esclavo, Toghtekin, que hará las veces de atabeg de la ciudad; por su parte, Ridwan será sucedido por su hijo adolescente, Alp Arslan al-Akhras, en diciembre de 1113, pero las desavenencias surgidas entre sus regentes determinarán que en 1128 Alepo pase a manos de otro turco, Zengi, atabeg de Mosul.

4.1.4 Balak: sobrino de Ilghazi, gobernador de Mardin y Alepo, Balak es, en palabras de Maalouf, el héroe tan esperado por el mundo árabe en la contienda contra el invasor cristiano, “cuyas hazañas se celebrarán en las mezquitas y en las plazas públicas”[2]. De hecho, Balak hará prisioneros a dos prestigiosos franys: Jocelin, conde de Edesa, y Balduino II, rey de Jerusalén, aunque su carrera como salvador del Islam durará poco: morirá prematuramente en una ronda de inspección mientras asedia la fortaleza de Manbiy, en mayo de 1124.

4.1.5 Zengi o Zangi: hijo de Aq Sonqor, atabeg de Mosul, Zangi es un general turco que se va a destacar originalmente como gobernador de Basora. Entre sus primeros logros se cuenta el sofocamiento de la rebelión propiciada por el joven caliba abasí al-Mustarshid-billah contra los administradores selyúcidas de Bagdad, una rebelión de árabes contra turcos según Maalouf[3]. Habiéndose convertido en atabeg de Mosul y, posteriormente, de Alepo, Zengi se va a consagrar a la construcción de un Estado fuerte y duradero, valiéndose de la discordia que ha surgido entre los principales líderes occidentales de Ultramar, procedentes de la segunda generación de conquistadores. Luego, en un segundo enfrentamiento con el califa de Bagdad, el atabeg resulta batido en batalla, siendo su vida salvada por un joven oficial kurdo, Ayyub, padre de Saladino, a la sazón, gobernador de Tikrit. Eliminado más tarde el problema en Irak gracias a la ayuda del sultán Masud, Zangi podrá concentrarse una vez más en los asuntos de Siria, donde la oportuna boda con Zomorrod, madre de Ismael, señor de Damasco, le dejará en posesión de dicha ciudad. Alepo, Damasco y Mosul habrán sido, por tanto, unificadas bajo la égida de un turco, Zangi y los musulmanes de Siria estarán ahora en condiciones de lanzar la yihad contra el invasor cristiano. A partir de entonces, los éxitos del triple atabeg se encadenarán en una secuencia ininterrumpida de victorias frente a sus enemigos damascenos, bizantinos y cruzados que se verán coronados en 1144 con la captura de Edesa, capital del condado homónimo, cuyo señor, Jocelin, sorprendido extramuros, ya no tendrá el valor de defender. Para entonces el Islam ve en Zangi al líder que les devolverá Jerusalén, pero el atabeg sucumbirá asesinado dos años después a manos de un esclavo de su séquito.

4.1.6 Nur al-Din Mahmud o Nur ed-Din: segundo hijo de Zangi, Nur al-Din es uno de los personajes a los que Maalouf destina los mayores elogios: “santo rey”[4], “hombre piadoso, reservado, justo, respetuoso con la palabra dada y totalmente entregado a la yihad contra los enemigos del Islam”[5], “muyahid”[6], y humilde y austero[7], entre otros calificativos. La posición de Nur al-Din, al principio endeble, se irá consolidando desde que mantiene buenas relaciones con su hermano mayor, Sayf al-Din, nuevo señor de Mosul tras la muerte de Zangi, lo que le permite relajarse en su retaguardia. Gracias a ello podrá reprimir sin inconvenientes todos los intentos realizados por Jocelin para recuperar Edesa e, inclusive, mantener en jaque las posiciones de los príncipes de Antioquía. Poco después, presentándose ante Damasco como el protector de los más necesitados, comienza a ganarse adeptos en el interior de la ciudad, cuyos principales señores no desean perder su autonomía. Finalmente, en abril de 1154 la gran metrópoli de Siria meridional caerá finalmente en sus manos casi sin ofrecer resistencia. Nur al-Din puede jactarse entonces de ser el único potentado musulmán de Siria, ya que Alepo y Damasco se hallan en sus manos. Su creciente estrella parece hacer sonar el toque de difuntos para los estados cristianos de la región, especialmente el principado de Antioquía. Pero en 1159 un formidable ejército cristiano desciende desde los pasos Amánicos y se presenta en Siria; se trata de las tropas imperiales conducidas por el mismísimo basileo Manuel I Comneno (1143-1180). En este punto, tanto Maalouf como Runciman coinciden a la hora de señalar el temor reverencial que despertaban los soldados bizantinos en la mente del atabeg de Alepo y Damasco[8]. Maalouf escribe al respecto: “la constante amenaza que representan los rum en sus fronteras impide a Nur al-Din lanzarse a la ambiciosa empresa de reconquista que deseaba”[9]. La fuerte presencia bizantina en Cilicia y Siria al cabo implicará que el teatro operacional de árabes, turcos y francos se desplace hacia el Sur, a Egipto, donde el linaje fatimita yace herido de muerte, esperando a que algún oportunista se haga con el control del califato. Lo intentará Amalarico, rey de Jerusalén, aunque sin éxito, ya que en su camino se interpondrán el visir Shawar, el lugarteniente de Nur al-Din, Shirkuh y el propio Saladino. Egipto finalmente pasará a manos de Saladino en 1171, con la muerte del último califa fatimita, pero el país nunca llegará a unirse de hecho con los territorios del atabeg de Alepo y Damasco, pese a la resolución demostrada por Nur al-Din al respecto[10]. Debilitado y enfermo, el unificador de Siria morirá en mayo de 1174 para regocijo de los francos y del propio Saladino, que podrá conservar así sus territorios y hasta aumentarlos.

Asia Menor en 1176 v001

Asia Menor y el Próximo Oriente en 1176

4.1.7 Mamelucos Bahriyya de Egipto: esclavos de origen turco, los mamelucos van a disputar el poder al último sultán ayyubí de Egipto, Turan Shah y, de hecho, se saldrán con la suya al asesinarlo al cabo de una revuelta. La irrupción de estos esclavos será providencial para el mundo islámico, ya que mantendrán la llama encendida en medio de las tinieblas traídas por los jinetes de Gengis Khan, no sin antes acabar con otra nueva cruzada, la VII, conducida por Luis IX de Francia. Aibek se alza con los laureles al derrotar a Luis, pero no sobrevivirá mucho tiempo y sucumbirá, asesinado por su esposa. La irrupción de los mongoles desencadenará el reemplazo del joven vástago de Aibek por Qutuz, quien derrotará sin atenuantes a los tártaros del general Kitbuka en la aldea de Ain Yalut, salvando con ello al Estado del Nilo. Maalouf no duda en equiparar los logros de los mamelucos con aquellos obtenidos por Saladino casi setenta años antes; ello se hace patente cuando dicho autor, comparando Ain Yalut con Hattina, manifiesta: “Mucho menos espectacular que Hattina, y menos creativa en el aspecto militar, Ain Yalut se presenta, sin embargo, como una de las batallas más decisivas de la Historia”[11]. Tremenda sentencia, tanto más cuanto en el texto apenas se hace mención de un enfrentamiento mucho más trascendental, Mantzikert, que en 1071 abrió Asia Menor al Islam y permitió la consolidación de los selyúcidas en Yazira y Siria, obligando al emperador Alejo a llamar en su ayuda a Occidente.

La victoria mameluca de 1260 liberó tensiones y los mamelucos aprovecharon la ocasión para castigar a todos aquéllos que, de una u otra manera, habían apoyado al invasor mongol. El asesinato de Qutuz a manos de Baybars no detiene la represalia; lo que es más, Maalouf dirá que, gracias al nuevo sultán, el mundo árabe vivirá un nuevo renacimiento, principalmente en Egipto y, en menor medida, en Siria. Pero Baybars pasará a la Historia más que nada por sus logros militares: en 1265 el sultán cairota, luego de tomar numerosas plazas fuertes en Galilea, asola el reino armenio de Cilicia, destruyendo su capital, Sis. Tres años más tarde regresa al Norte y, en esta ocasión, expulsa a los cristianos del castillo de Beaufort y despoja al príncipe Bohemundo de su capital, Antioquía. En 1271 cae en sus manos el Krak de los caballeros, fortaleza a la que ni Saladino en sus mejores días había podido tomar. Pero no será Baybars quien aseste el golpe de gracia a los franys; asesinado en 1277 por envenenamiento, corresponderá a su sucesor, Qalaun, eliminar definitivamente los últimos despojos cristianos de Palestina (Acre, 1291).

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Mamelucos y mongoles. Batalla de Ain Yalut (1260)

4.2 Árabes y otros:

4.2.1 Fajr el-Mulk y los Banu Ammar de Trípoli: Fajr el-Mulk es un gobernante juez o cadí semiindependiente cuyo poder, a la llegada de la I Cruzada, se encuentra amenazado tanto por Dukak de Damasco como por los fatimitas de Egipto. Desde esta precaria posición Fajr jugará sus cartas, asistiendo en un primer momento a los franys contra el señor de Damasco ante los renovados intentos de Dukak por erigirse en el principal señor de Siria y campeón del Islam frente a la acechanza occidental. Cuando a su vez Raimundo de Saint-Gilles ponga los ojos en su ciudad, el cadí se verá obligado a acudir a los potentados musulmanes del vecindario: Dukak de Damasco y su sucesor, Toghtekin, el sultán Muhammad y el califa abasí al-Mustazhir-billah. De nada le servirá: los fatimitas terminarán desplazándole del poder durante su ausencia, en beneficio de un visir que no podrá impedir la caída de Trípoli ante los franys.

4.2.2 El Califato Fatimita de El Cairo: con sus bases principales en Egipto, los fatimitas (descendientes de Fátima, hija de Mahoma, y de su marido Alī ibn Abi Talib, el primer imán chií) se verán involucrados en la I Cruzada debido a que sus dominios alcanzan incluso algunas grandes ciudades del litoral palestino y la propia Jerusalén, que al-Afdal había quitado a los selyúcidas justo antes de que los ejércitos cristianos alcanzasen el “Río del perro”, es decir, la frontera que separa los territorios turcos de los cairiotas. Aliados con los bizantinos desde los días de Mantzikert, ello no impedirá que los cruzados les ataquen a su vez durante su avance por Palestina. Luego, consumada la consolidación de los estados cruzados, el califato fatimita será a su turno objetivo de numerosos ataques lanzados desde Jerusalén, aunque siempre saldrá bien librado. Sin embargo, la decadencia interna, la corrupción y una larga serie de califas incapaces entregarán a los ayyubíes el poder en bandeja. Así, el estado chiita de El Cairo se extinguirá con la muerte de su último califa, Al-Adid, en 1171, tras lo cual Saladino se hará con el control del país bajo la aquiescencia de Nur ed-Din, nuevo señor de Siria.

4.2.3 Los nizaríes, más conocidos como Asesinos: la “secta más temible de todos los tiempos” fue creada en 1090 por Hasan as-Sabbah para tratar de restablecer la preponderancia de la doctrina chiita sobre la ortodoxia sunní a la que los selyúcidas habían enrolado. Los asesinos, con su base central en Alamut y sus cuarteles en Siria, jugarán un importante papel cegando la vida de destacadas personalidades, sunníes y cristianas, en Ultramar[12]. En este sentido, dice Maalouf, “el crimen no es un simple medio de quitarse de encima a un adversario; es, ante todo, una doble lección que hay que dar en público: el castigo de la víctima y el sacrificio heroico del adepto ejecutor, llamado fedai, es decir, comando suicida, porque casi siempre muere en el acto”[13].

4.2.4 Los Munqhiditas o Munquiditas de Shaizar: tribu siria, los Munqhiditas se habían apropiado de Shaizar hacia 1080, quitándosela a los bizantinos, que, a la sazón, se hallaban enfrascados en una ruinosa guerra civil propiciada entre la burocracia de los funcionarios y la aristocracia militar. Muhammad ibn Sultan, el último emir Munqhidita, morirá trágicamente junto a todo su linaje, víctima de un terremoto, cayendo la ciudad poco después en manos de Nur al-Din (1157).

4.3 Kurdos:

4.3.1 Shirkuh: miembro del clan ayyubí y tío de Saladino, Shirkuh será uno de los principales artífices de la conquista de Egipto. Utilizado en provecho propio por el visir Shawar, el lugarteniente de Nur al-Din va a lograr imponerse a su antiguo aliado y a los francos, ahora coaligados, quedando dueño de las tierras del Nilo, aunque no va a poder explotar su gran logro. En marzo de 1169 morirá posiblemente de indigestión, dejando a su sobrino Saladino la ardua tarea de desmantelar el califato hereje de los fatimitas[14].

4.3.2 Saladino o Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf: Hijo de Ayyub, señor de Tikrit, Saladino va a recoger bien pronto los frutos de la campaña realizada por su tío en Egipto. También se verá oportunamente beneficiado por las muertes de Amalarico, rey de Jerusalén, de su señor, Nur al-Din, y del poderosos basileo Manuel I Comneno. Saladino es por lejos uno de los personajes más trabajados por Maalouf en su obra. No es para menos, el gran general kurdo será el artífice excluyente del colapso de los estados cristianos de Ultramar. Inicialmente malquistado con Nur al-Din debido a las diferencias que ambos mantenían en torno a la manera de abolir el califato fatimita, con la desaparición de aquél, Yusuf tendrá que revalidar sus títulos ante los altos dignatarios que hasta entonces habían rodeado al atabeg sirio y que no dudan en tildarle de “arribista”, “ingrato”, “felón” e “insolente”[15]. Maalouf tampoco ahorra elogios y calificativos a la hora de caracterizar la personalidad de Saladino: “modesto”, “humilde con los humildes incluso habiendo llegado a ser el más poderoso de los poderosos”, valiente, justo, devoto a la yihad, misericordioso aunque violento con los musulmanes oportunistas, “afable con sus visitantes”, generoso en extremo al punto de poner en peligro la reconquista y dueño de una prodigalidad asombrosa que no deja de sorprender a propios y extraños[16]. Solo a la luz de estas cualidades, explica Maalouf, se puede entender cómo Saladino pudo entrar en Damasco sin desenvainar la espada, mientras sus rivales huían precipitadamente hacia Alepo, siguiendo a as-Saleh, el hijo y sucesor de Nur al-Din. No será sino gracias a la muerte de éste último que Yusuf podrá por fin tomar posesión de Alepo: esta conquista le permitirá unir Siria y sus dos grandes metrópolis con sus dominios en Egipto: con ello habrá establecido el cerco y solo restará estrecharlo para estrangular a los francos y echarlos hacia el mar. La batalla de Hattina, en 1187, será la llave que abrirá la puerta a esa posibilidad. Saladino, emergiendo victorioso de la misma, se dará el gusto de decapitar, con un certero alfanjazo, al mismísimo Reinaldo de Chatillón y de hacer prisionero al rey Guido de Lusignan. Diezmados los franys, sus principales ciudades serán tomadas una tras otra por Yusuf como si se tratasen de frutas maduras a la espera del recolector: Mapeusa (Nablus), Haifa, Nazaret, Acre, Saida (Sidón), Beirut, Yabail (Jebail), Ascalón, Gaza, Belén, y, finalmente, Jerusalén. Solo en Tiro, Saladino se mostrará dubitativo y esta constituirá una debilidad que el mundo musulmán y el propio Maalouf le recriminarán hasta el hartazgo. Porque la posesión de Tiro permitirá a los cristianos retomar casi todos los territorios del litoral, tanto más por cuanto el propio Ricardo I Corazón de León se consagrará a ello, si bien fracasará en su intento de recapturar la Ciudad Santa. Nuevo triunfo de Saladino, aunque a un precio enorme: cansado y enfermo, el kurdo ya no tendrá fuerzas suficientes para terminar la faena y morirá en 1193, dejando a su imperio sumido en el caos. Sus dieciocho hijos, dos hermanos y algunos sobrinos se disputarán la herencia, coyuntura de la que saldrá victorioso el hermano menor de Yusuf, al-Adel.

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Saladino luchando contra los cruzados

4.3.3 al-Adel: hermano menor de Saladino y señor absoluto de Egipto y Siria tras la guerra civil desatada a la muerte de aquél, al-Adel va a tolerar la existencia de los estados cristianos supérstites a fuerza de treguas que no intentará romper a condición de que sus indeseables vecinos cumplan con su parte del trato: mantener la paz a ultranza. Por eso su sorpresa será enorme cuando en 1218 la V Cruzada ataque su propia residencia, Egipto. El sultán morirá poco después y ya el Imperio ayyubí no se repondrá de la nueva atomización que lo asolará desde Yazira hasta el Nilo. Sus exequias en breve serán disputadas entre mamelucos y mongoles.

4.4 Cristianos:

4.4.1 Bizantinos, armenios y francos: los principales potentados cristianos, aunque referenciados, están muy lejos de recibir el tratamiento preferencial que Maalouf reserva a sus símiles musulmanes. Del lado bizantino, el autor apenas se explaya en los emperadores Comneno, contemporáneos de las tres primeras cruzadas: Alejo I, Juan II y Manuel I. Entretanto, los condes de Edesa y Trípoli, lo mismo que los príncipes de Antioquía y los reyes de Jerusalén apenas sirven de teloneros para introducir y describir desde las grandes tragedias iniciales padecidas por el Islam tras la I Cruzada hasta las incomparables epopeyas  de la yihad, que marcarán el final de la presencia occidental en Ultramar. Los mongoles, en este sentido, también harán las veces de meros partenaires cuando sus avanzadas alcancen los confines de Tierra Santa y deban medirse con las fuerzas de los mamelucos egipcios.

5- Las principales fuentes

Tal como lo declama el propio Maalouf en la introducción de su obra, las principales fuentes documentales sino la totalidad son fuentes de cronistas e historiadores islámicos, árabes en su mayoría, que fueron testigos presenciales o de segunda mano de los hechos que describe[17]. En este sentido podemos citar a los siguientes autores:

5.1 Ibn al-Qalanisi (1073-1160): cronista damasceno, descendiente de una de las principales tribus de Arabia, los Banu Amin, Ibn al-Qalanisi fue el autor de las Crónicas damascenas de las Cruzadas. Gracias a su pluma es posible conocer con lujo de detalles todo lo relativo a las dos primeras cruzadas, desde el primer encuentro de los franys con las huestes de Kiliy Arslan, el sultán de Nicea, hasta la unificación de Alepo y Damasco conseguida por Nur al-Din, en 1157, incluyendo momentos culminantes como la captura de Jerusalén por los cristianos (1099), la decisiva batalla de Harrán, ganada por los musulmanes en 1104, el asedio y la ulterior caída de Trípoli en 1109, la destrucción del Condado de Edesa por Zengi (1144) y el fiasco del sitio de Damasco por la II Cruzada (1148), entre otros temas.

5.2 Ibn al-Atir (1160-1233): otro de los autores que Maalouf tiene en cuenta para esbozar la visión árabe sobre las cruzadas es el biógrafo e historiador medieval Ibn al-Atir, miembro de la tribu de los Banu Bakr. Nacido en Yazira (Alta Mesopotamia), probablemente en la ciudad de Amida, actual Diyarbakir, Ibn al-Atir residió en numerosas ciudades del Cercano y Medio Oriente: Mosul, Bagdad, Jerusalén, Alepo y Damasco y llegó a participar de las operaciones militares de Saladino en Siria, antes de cumplir los treinta años. Lo mismo que Ibn al Qalanisi aunque sin ser contemporáneo de los hechos, el historiador de Amida, basándose en los testimonios de testigos presenciales, también se refirió a la I Cruzada en su crónica Al-Kamel fit-Tarij o Historia perfecta. Maalouf recurre a dicho autor para narrar cómo los cruzados, a partir de la traición de un “maldito fabricante de corazas”[18], quitaron de las garras de Yaghi Siyan la gran ciudad de Antioquía, llave para ingresar en Siria. También en la crónica de Ibn al-Atir es posible conocer el relato del hallazgo de la supuesta Santa Lanza bajo las losas del Kusian, milagro que infundiría a los cristianos el valor suficiente como para salir de la ciudad recientemente conquistada y aniquilar al ejército del atabeg de Mosul, Karbuka. La historia del mundo contada por dicho cronista abarca hasta el año 1231, por lo que constituye una fuente indispensable para conocer la versión árabe referida a la consolidación de los estados cristianos de Ultramar, a la división islámica que la propició, a los inicios de la yihad y al reinado de los ayyubíes.

5.3 Usama Ibn Munqidh (1095-1188): nacido en Shaizar, el cronista Usama Ibn Munqidh procedía de la tribu Banu Munqidh, misma que sería casi completamente diezmada por el gran terremoto de 1157. Su testimonio es importante desde que su tío, Sultán Ibn Munqidh reina en el pequeño emirato de Shaizar cuando los cruzados, luego de haber conquistado Antioquía en 1098, descienden avanzando a sangre y fuego por Siria en dirección a Jerusalén. El propio Usama colaboró con los señores de Damasco para tratar de comprometer a los franys en una alianza contra Zengi (1138). En su condición de diplomático y político[19], dicho cronista llegó a conocer personalmente a Nur al-Din, Saladino, Muin al-Din Uñar y al rey Foulques, entre otros, todo lo cual le sirvió para matizar su Autobiografía.

5.4 Kamal al-Din Ibn al-Adim (1192-1262): autor de la Historia de Alepo, Kamal al-Din fue un biógrafo e historiador árabe que desempeñó una intensa actividad diplomática y política, comisionado por las autoridades ayyubíes de su ciudad. Maalouf emplea su texto como fuente para referirse a los acontecimientos que envolvieron la historia de Alepo, especialmente tras la muerte de Ridwan, cuando el poder recayó sobre uno de sus hijos, Alp Arslan, asesinado poco después por el eunuco Lulú. La obra de Kamal es imprescindible a la hora de conocer las relaciones tortuosas mantenidas por los alepinos con los cristianos de Siria y con los restantes estados musulmanes vecinos, apenas instalado el principado de Antioquía. Además de Ridwan, Alp Arslan y Lulú, la Historia de Alepo narra las peripecias de otras grandes personalidades del siglo XI: Ilghazí y Balak de Mardin, Roger de Antioquía, el asesino Abu-Taher, Ibn al-Jashab, Zangi y Nur al-Din.

5.5 Baha al-Din Ibn Shaddad (1145-1234): junto con Abu Shama (autor de El Libro de los Dos Jardines), Baha al-Din es una de las referencias principales para conocer la vida y obra de Saladino y con esta finalidad lo emplea Maalouf, principalmente cuando busca retratar las grandes cualidades del sultán ayyubí[20]. Nacido en Mosul, el biógrafo de Saladino entró a su servicio poco antes de la batalla de Hattina y fue testigo presencial tanto del fallido asedio de Acre como de la batalla de Arsuf (1191), en la que Ricardo I logró batir a las fuerzas de Yusuf. Tras la muerte de Saladino llegó a ser cadí de Alepo, donde finalmente murió en 1234.

5.6 Sibt Ibn al-Yawzi (1186-1256): autor del Miraat az-zaman, una voluminosa historia universal, Sibt Ibn al-Yawzi nació en Bagdad donde completó sus años formativos. Radicado luego en Damasco, fue testigo presencial de la cruzada del emperador alemán, Federico II y, en su calidad de cronista y orador, llegó a deplorar la actitud de su señor, al-Kamel, de reconocer la soberanía de los franys sobre Jerusalén, cuestión que no se cansó de denunciar ante su público.

5.7 Ibn Abd el-Zaher (1223-1293): autor de La Vida de Baybars, y secretario personal de Baybars y de Qalaun, el-Zaher fue un cronista egipcio, de origen cairota, que se ocupó de relatar las hazañas ejecutadas por los mamelucos frente a los latinos de Siria del Norte: la toma de Antioquía y la conquista del castillo de Marqab[21], ambas acciones dispuestas convenientemente para castigar a los franys por su alianza con los mongoles.

5.8 Abul-Fida (1273-1331): cronista ayyubí de origen kurdo y gobernador del emirato de Hama en calidad de vasallo de los mamelucos, Abul-Fida escribió una historia universal, Mujtasar tarij al bashar o resumen de la historia de la humanidad, que Maalouf emplea como fuente documental para referirse a los últimos años de la presencia franca en Oriente[22], en especial, a la captura de Trípoli por el sultán Qalaun.

6- Apartado crítico

Tal cual se desprende del título de la obra, Las cruzadas vistas por los árabes es un texto de muy amena lectura donde el autor desmenuza la historia del Cercano Oriente en tiempos de las cruzadas, basándose en fuentes mayormente musulmanas. Habituados como estamos a leer una historia de las cruzadas escrita atendiendo a la información suministrada por cronistas occidentales contemporáneos de los hechos, la visión que ofrece Maalouf tiene el encanto de lo inédito y la frescura de lo original. No obstante subyacen una serie de aspectos negativos que empañan en parte las aristas positivas que enaltecen su texto. Veamos algunos de ellos:

En primer término, Maalouf intenta explicarnos la reacción de los árabes durante las primeras horas de la invasión cristiana y cómo su percepción, en algunos casos, fue medianamente cambiando a medida que las nuevas generaciones de franys se iban superponiendo o reemplazando a la oleada original que llegó con la I Cruzada. Pero al hacerlo, el autor acaba ofreciendo su propia visión del asunto, de manera que, a veces, Las cruzadas vistas por los árabes parece reducirse a las cruzadas vistas por Maalouf. Ello se torna especialmente evidente cuando Maalouf, para clasificar y categorizar la inmensidad de datos que le proveen sus fuentes, se ve en la necesidad de interpretarlos para convertirles, históricamente hablando, en hechos proficuos o provechosos.

Otro de los puntos flacos, a mi juicio, tal vez el más importante, que llega a empañar el trabajo del historiador libanés es su permanente obstinación en colocar a los musulmanes en general y a los árabes en particular como meras víctimas de una guerra que ellos ni deseaban ni tenían intenciones de causar. Maalouf comete aquí el error de no ser objetivo y de abandonar la equidistancia que supondría una actitud un poco más neutral. Pese a ser cristiano maronita, su posición pro-musulmana se hace patente en determinados pasajes, cuando ceja de interpretar los hechos para convertirse en un mero portavoz de las fuentes que emplea. En consecuencia, pierde así la oportunidad de explicar que los árabes son atacados por Occidente debido a que los cristianos desean recuperar una tierra que antes les había pertenecido, vía los rum, a los que también Maalouf casi reduce a la nada misma al mencionarles solo circunstancialmente. Es la misma razón que da cuenta de por qué el autor apenas menciona a Mantzikert y su descomunal impacto histórico (de hecho solo lo hace en una muy escueta cronología insertada al final del texto) y ello es cuanto menos sugestivo, ya que la gran batalla de 1071 es el epílogo de las grandes invasiones que los musulmanes selyúcidas habían lanzado contra el Imperio cristiano de Bizancio entre 1045 y 1071. El hecho de desconocer la importancia de dicho enfrentamiento militar es lo que permite a Maalouf presentar al mundo islámico como víctima de las cruzadas, de “un fanatismo llegado de lejos”[23] y no como causante de las mismas. Al cabo fueron los propios árabes quienes, en el siglo VII, en nombre de Mahoma y de su fe, se lanzaron, recitando la Shahada[24], a la conquista de vastas extensiones del mundo, incluido el propio reino visigodo de Hispania. También fueron estos mismos árabes, omeyas primero, abasidas después, los que intentaron liquidar el Imperio Romano de Oriente con sendos ataques sobre su capital e incontables invasiones en Asia Menor, el norte de África y el sur de Italia.

0527 a 0565 Provincias de Justiniano I v001

El Imperio Romano de Oriente en 565

Tampoco se ocupa el historiador libanés de explicar que, hasta mediados del siglo VII, gran parte de Palestina y Egipto, sin mencionar el norte de Libia, Túnez y Argelia, pertenecían a los rum, es decir, a los bizantinos. Al no hacerlo, permite a las fuentes árabes establecer una verdad que en realidad es una verdad a medias: que el Imperio solo tenía derecho a recuperar las ciudades que los selyúcidas le habían arrebatado tras Mantzikert, como era el caso de Antioquía. Es también el argumento que usa Nur al-Din para explicar a sus acólitos por qué, en lugar de atacar dicha ciudad, deberían intentar recuperar las grandes urbes del litoral, ubicadas más al sur: “esa ciudad pertenece a los rum, Cualquier intento de apoderarse de ella incitaría al imperio a ocuparse directamente de los asuntos sirios, lo que obligaría a los ejércitos musulmanes a pelear en dos frentes”[25].

7- Conclusiones

Nuevamente, y con las reservas antes expresadas, la obra de Maalouf es un excelente recurso para conocer la otra visión de los hechos. Precisamente uno de los grandes aciertos del historiador libanés es introducir en el epílogo una mención sobre las tres grandes taras que estaban afligiendo al mundo árabe, determinando su decadencia política y militar[26]:

  • La incapacidad manifiesta para mantener el control de las riendas sobre su destino, tanto más si consideramos que casi todos los emires y sultanes que actuaban como administradores, eran extranjeros (selyúcidas, kurdos, cumanos, beréberes, etc.).
  • La falta de innovaciones en cuanto a instituciones estables, tal como las que crearon los cruzados tan pronto como pisaron Palestina y Siria, y que entre los árabes generaría incertidumbre política a la hora de acometer la sucesión de un emir o sultán muerto o asesinado, lo mismo que falta de libertades como consecuencia de la desigual distribución de derechos.
  • La gran vocación surgida como respuesta a las cruzadas que tiene el mundo árabe para dar la espalda al progreso y al modernismo, encerrándose en cambio en una actitud friolera, defensiva, intolerante y estéril.

En suma, al leer Las cruzadas vistas por los árabes, uno debe ser consciente de que avanza por un campo sembrado de minas y, si no se tienen en cuenta las falencias antes señaladas, lo más probable es que el lector termine creyendo a pie juntillas en la inocencia sin par de uno de los bandos involucrados, inocencia que, tal como he explicado, no es tal.

[1]                     Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas por los árabes, Alianza Editorial, Madrid 2009, p 19. Traducción de María Teresa Gallego y María Isabel Reverte.

[2]                     Ibídem, p. 144.

[3]                     Ibídem, p. 167.

[4]                     Ibídem, p. 203.

[5]                     Ibídem, p. 204.

[6]                     Ibídem, p. 246.

[7]                     Ibídem, pp. 206-207.

[8]                     Runciman, Steven, Historia de las Cruzadas, Vol. II, Alianza Universidad, Madrid, España, 1973, pp. 334 y 336.

[9]                     Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas…, op. cit., p. 223.

[10]                   Ibídem, pp. 224-242.

[11]                   Ibídem, p. 339.

[12]                   Entre sus víctimas se contarán el visir Nizam al-Mulk, asesinado en 1092; el cadí y prestigiosa autoridad religiosa Abu-Saad al-Harawi, muerto en 1124; Ibn al-Jashab, cadí de Alepo, acuchillado en 1125; al-Borsoki, señor de Alepo y Mosul, y su hijo y sucesor, ultimados entre 1126 y 1127; Buri, hijo de Toghtekin y señor de Damasco, asesinado en 1131, etc.

[13]                   Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas…, op. cit., p. 151.

[14]                   Ibídem, p. 239.

[15]                   Ibídem, p. 247.

[16]                   Ibídem, pp. 247-253.

[17]                   Ibídem, p. 9.

[18]                   Ibídem, p. 58.

[19]                   Ibídem, p. 369. Un fragmento de la Autobiografía puede obtenerse a través del siguiente link: http://sourcebooks.fordham.edu/halsall/source/usamah2.html

[20]                   Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas…, op. cit., pp. 249-251.

[21]                   Ibídem, p. 347.

[22]                   Ibídem, p. 349.

[23]                   Ibídem, p. 66.

[24]                   “No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta”.

[25]                   Maalouf, Amin, Las cruzadas vistas…, op. cit., pp. 220.

[26]                   Ibídem, p. 358.

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Autor: Guilhem W. Martín. ©

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