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Historia de Bizancio enfocada principalmente en el período de los Comnenos

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La batalla de las Navas de Tolosa o batalla de los Tres Reyes (16 de julio de 1212)

Posted by Guilhem en agosto 25, 2017

La batalla de las Navas de Tolosa o batalla de los Tres Reyes (16 de julio de 1212)

En 1195, el antecesor de an-Nasir había derrotado en Alarcos a Alfonso VIII de Castilla, echando sobre los reinos cristianos del Norte un manto de angustia e incertidumbre, cuyo sino pasaba por saber si toda la península volvería a caer en manos de las huestes musulmanas. En esa batalla, el monarca castellano había cometido el error de entrar confiado en combate sin aguardar los refuerzos de sus colegas cristianos del vecindario. De modo que cuando el califa an-Nasir hizo públicos sus deseos de congregar una enorme hueste para regresar y terminar con la tarea que Yusuf había dejado inconclusa en 1195, Alfonso VIII se decidió a recurrir al papa Inocencio III para dar a la nueva empresa la condición de Cruzada (1212). Inocencio III, que estaba muy ducho en el arte de convocar ejércitos, no lo dudó un instante. Ya había mandado a reclutar aquella horda que había conquistado la capital del Imperio «cismático» de Constantinopla en 1204, y dado a los franceses del Norte la posibilidad de reducir a sus hermanos del Sur con la excusa de extirpar la herejía cátara.

Acceso actual al solar de la batalla

En ese entonces, frente al poder de los almohades se encontraba la fragmentación de 5 estados cristianos peninsulares: Portugal, recientemente independizado (1143), León, con Alfonso IX, que al final no tomaría partido en las Navas de Tolosa, Aragón, donde mandaba Pedro II, Castilla, parcela ibérica correspondiente al gran derrotado de Alarcos, Alfonso VIII y, por fin, el reino de Navarra, comandado por un gran monarca, Sancho VII.

Dado el grave peligro que se cernía sobre el flanco occidental de la Cristiandad, Inocencio III impartió sus bendiciones y alentó a algunos legados a predicar la nueva Cruzada, la tercera bajo su pontificado. Ante su llamado, acudieron caballeros y peones de lugares tan distantes como Alemania, Italia, Francia del Norte y Occitania. No era una hueste organizada ni mucho menos; la indisciplina era su principal característica, pero Alfonso VIII se encontraba en una situación tan desesperada que no se podía dar el lujo de prescindir de tan formidables guerreros, por más insubordinados que pudieran llegar a ser. Y es que por boca de espías y viajeros se había enterado que la fuerza que el califa almohade estaba reuniendo para invadir sus tierras superaba con amplitud las ciento treinta mil almas.

No fue sin embargo una experiencia feliz la que dejó la confluencia de todas las fuerzas cruzadas en las afueras de Toledo. Para ese entonces y a pesar de todos sus prejuicios, los cristianos ibéricos habían aprendido a convivir tanto con judíos como con musulmanes dentro de los límites de sus respectivos reinos, de modo que cuando los cruzados extranjeros se entregaron a saquear la judería de junto, Alfonso VIII fue presa del pánico y la consternación. No obstante, la estrechez numérica que le afligía, hizo que mirara para otro lado. De esta manera, los veinte mil soldados foráneos, saliéndose con la suya, pudieron iniciar la marcha junto a los regimientos navarros, aragoneses y castellanos, cuando la Cruzada finalmente se puso en movimiento en dirección sudeste.

La misma actitud desaprensiva que los franceses, italianos y alemanes habían mostrado en Toledo, se repitió en Malagón, una fortaleza almohade que fue asediada por los cristianos en junio de 1212. Todos sus habitantes fueron masacrados sin conmiseración frente a la mirada angustiada del rey de Castilla, que ya no volvería a aceptar tamaña insolencia. De modo que al llegar a Calatrava, la orden que bajó desde lo alto de la escala jerárquica fue negociar con los dueños de la fortaleza, que los templarios habían perdido unos años antes. Calatrava finalmente se entregó para evitar una carnicería similar a la sufrida por Malagón, lo que fue interpretado por los cruzados no ibéricos como una traición. Ofuscados, todos abandonaron la expedición, dejando a Alfonso VIII inmerso en un mar de dudas. Sin embargo, la suerte de la campaña fue salvada por la llegada de Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, cuyas fuerzas vinieron a suplir la partida de los ariscos caballeros e infantes extranjeros. Así, el ejército cristiano, integrado ahora por aproximadamente cien mil hombres, prosiguió la marcha hacia la Sierra Morena, un obstáculo natural que debían sortear lo antes posible si querían evitar el rigor del clima estival.

An-Nasir, entretanto, conociendo el itinerario de los cristianos, había reforzado las guarniciones y accesos de la región, y él, en persona, había levantado la tienda real en la «mesa del rey», donde pensaba confrontar al enemigo, aprovechando las ventajas estratégicas del terreno. Confiaba no solamente en las bondades de la Sierra Morena, sino también en la capacidad de los diferentes cuerpos que integraban su ejército: soldados irregulares ideales para cansar y distraer al enemigo, tropas regulares, guerreros almohades de élite y la temible guardia negra, cuya principal característica era encadenarse al terreno en señal de determinación para la batalla.

Monumento a los reyes. Las Navas de Tolosa

Nunca esperó an-Nasir, el califa almohade, que los cristianos pudieran cruzar tan fácilmente la Sierra Morena como efectivamente lo hicieron, eludiendo todas las trampas, emboscadas y guarniciones que sus lugartenientes habían puesto a los largo de los escasos pasos existentes. Lo que sucedió en realidad, pese a las referencias a arcángeles o Santos que aluden las leyendas, es que un pastor de la zona guió a los reyes cristianos por un sendero que había escapado al control de los almohades. De manera que para el 14 de julio se hizo evidente que la batalla no tendría la forma de una emboscada, tal como había pensado el potentado musulmán, sino el formato de un combate convencional.

El 15 de julio, pese a todos los intentos de la caballería ligera almohade por hostigar y desorganizar al ejército enemigo, los cristianos pudieron establecerse firmemente en el campo y planear la estrategia que habrían de seguir al día siguiente. Los tres reyes convinieron en disponer a sus efectivos en tres líneas: la primera estaría integrada por la caballería pesada castellana y tendría la misión de dispersar a la primera línea musulmana, compuesta por soldados irregulares, cuya misión habitualmente era cansar al enemigo y distraerlo. Los flancos, a la manera de segunda línea, estarían cubiertos por los regimientos de Pedro II de Aragón, el izquierdo, y Sancho VII, el derecho. La retaguardia, entretanto, dispuesta como reserva, agrupaba a las milicias castellanas y a los sargentos y soldados de las órdenes militares, con Gómez Ramírez, el Gran Maestre templario, como uno de sus líderes, junto a los propios potentados cristianos.

Al otro lado del campo, an-Nasir contemplaba a su ejército, cómodamente establecido en su tienda real, rodeado de la famosa Guardia Negra. Las tres líneas que se ubicaban delante, las fuerzas irregulares adelante de todo, los soldados regulares inmediatamente detrás y, por fin, los regimientos almohades de élite, le ofrecían la seguridad de su capacidad y número. Había arqueros y honderos para derribar a los intrépidos caballeros occidentales, caballería ligera para tratar de atraerlos hacia una medialuna envolvente, y avezados infantes, especializados en atravesar cuellos de equinos para luego ultimar a los jinetes.

Las Navas de Tolosa. Pintura.

Entonces, el 16 de julio, luego de que en la madrugada los monjes confesaran y dieran la comunión, Alfonso VIII dio la orden de ataque, y los caballeros de la vanguardia picaron espuelas al unísono, haciendo temblar la tierra bajo los cascos de sus cabalgaduras. Como una cuña de acero, la vanguardia cristiana perforó la primera fila musulmana, solo para enredarse con la segunda línea enemiga, integrada por soldados más experimentados, que comenzaron a provocar una gran carnicería entre los jinetes castellanos. Los flancos acudieron entonces para intentar impedir lo que era una matanza segura, aunque tampoco consiguieron equilibrar lo que a todas luces ya se encaminaba a ser una nueva Alarcos. Tanto más cuanto muy pronto, an-Nasir, dándose cuenta de la desesperada situación de sus rivales, ordenó a las tropas almohades de élite, avanzar y rematar la victoria.

Lejos, aunque no tanto, en la retaguardia cristiana, los tres reyes del Norte dudaban entre poner punto final a la jornada y huir o correr al rescate de la vanguardia. Para lo que sucedió a continuación la Historia guarda lugares de privilegio que solo reserva a los grandes nombres y hombres: Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón hincaron sus talones en los costados de sus corceles y salieron disparados hacia adelante, seguidos por Ramírez y sus templarios y el resto de las milicias disponibles. La nueva carga cristiana consiguió desarticular a la segunda línea almohade y se abrió paso entre los guerreros de élite que conformaban la tercera línea. Arrasaron con todo a su paso, al punto que Sancho VII consiguió acceder hasta el perímetro del campamento de an-Nasir, donde la tienda real estaba guarnecida por la Guardia Negra. Alarmado, el califa solo atinó a correr hacia su caballo y huir precipitadamente, mientras sus morenos soldados eran masacrados por los navarros. Su actitud, diametralmente opuesta a la de los reyes cristianos, selló la jornada: las Navas de Tolosa marcarían el punto final del renacimiento musulmán en la península Ibérica, si bien los estados septentrionales no aprovecharían a fondo la victoria para expandirse hacia el Sur.

Sancho III arremeta contra la tienda de an-Nasir

Si un día te llegases a plantear interrogantes tales como por qué puedes pensar libremente, por qué puedes vestir como te da la gana o por qué no sigues en la Edad Media, es porque el sacrificio de muchos de los que pelearon en 1212 dispuso eso: que el turbante quedara confinado al sur de Gibraltar.

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Autor: Guilhem W. Martín. ©

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7 respuestas to “La batalla de las Navas de Tolosa o batalla de los Tres Reyes (16 de julio de 1212)”

  1. Norte said

    Por otro lado monstruo, estaría bueno que retrocedas en el tiempo y si podes hagas un trabajo sobre el África romana desde la reconquista de Belisario, pasando por Salomón y Juan. Gracias

  2. Norte said

    No pierdas el tiempo con perros que viven dentro de un zapato y que por leer dos líneas de lo que lo pone cómodo piensa que es «la verdad» y mucho menos de un perro que en su puta vida recorrió lugares y vivió situaciones para poder esgrimir un tibio argumento. Un abrazo desde Tucumán

  3. Carlos said

    Excelente artículo para una batalla tan trascendental como vergonzosamente olvidada en España. Muchas gracias al autor no sólo por la entrada, si no por hablar sin tapujos y plantar cara al típico progre de turno que es parte del problema por el que Europa se está convirtiendo en el patio delantero del islam. Saludos desde el otro lado del charco.

  4. Eduardo said

    Tu comentario final no sólo me parece anacrónico y contrario a la ciencia histórica sino también asquerosamente racista, ignorante y teleológico sobre la realidad multiforme del Islam y el desarrollo de los acontecimientos históricos.

    • Guilhem said

      Pues tu lo dijiste en tus mismas palabras… «tu comentario me parece». Lo mismo te digo: me pareces un soberbio de mierda. El típico comentario «pogre» del energúmeno que después está pidiendo por favor que lo vengan a rescatar. Entretanto te invito a dar una vueltita por esa realidad multiforme del Islam (pero no en su patio delantero que es Europa, sino en su misma casa-habitación). No me hagas explicarte dónde queda ésta.
      Aquí solemos decir… vete a cagar.
      Muy cordialmente,

      Guilhem

      • Eduardo said

        Tus palabras te retratan y te definen y flaco favor le hace a la Universidad Nacional de Córdoba que digas que te formaste ahí: si no la conociera tan bien como la conozco podría pensar que (de)forma «profesionales» historiográficamente anclados en el siglo XIX (y sin la brillantez de sus mejores ejemplos, tan sólo con sus prejuicios imperialistas y su visión etnocéntrica).
        La realidad del Islam la conozco bastante bien pero aunque no tuviera esa suerte, es de primero de carrera no sacar conclusiones ex post ni utilizar la Historia para manifestar nuestras fobias ni de generalizar a partir de datos aislados y descontextualizados: nunca está de más volver al clásico librito de Carr, tanto tiempo utilizado antaño en la Escuelita de Historia en el curso de nivelación y en Introducción, para recordar algunas viejas lecciones.
        Mis comentarios fueron duros porque me hirvió la sangre comprobar cómo un sitio que respetaba por la dedicación que evidentemente le ponías a las publicaciones, el cuidado y el esmero con que presentabas tus materiales (de una gran calidad, por cierto, felicitaciones por eso) y la pasión que transmitías sobre el mundo bizantino se malograba con reflexiones que se pueden esperar de cualquier aficionado con conocimientos superficiales y profundos prejuicios pero no de un especialista de formación histórica. Tu devolución, en cambio, fue al insulto personal y lo lamento porque no creo que sea el camino por el que debamos transitar.
        Lo de «soberbio de mierda», si te sirve para descargar tensiones, bienvenido sea (el conocimiento de mí mismo y mi autoestima no se verán afectados gravemente).
        Lo de «típico comentario progre» llevaría a una discusión larga, profunda, áspera y, me temo, estéril sobre temas que considero que deberían ya formar parte de un mínimo consenso, no sólo entre amantes de la Historia sino más generalmente entre humanistas (como creo que ambos somos). Si no es el caso, lo siento mucho.
        Para despedirme, mi estilo también difiere un tanto del tuyo: ni la fórmula de cortesía vacía ni lo escatológico, sólo que tengas buenas noches.

      • Guilhem said

        Eduardo: ¿Te has dado cuenta de que te he aprobado los comentarios, no? No lo iba a hacer, pero al final decidí ir por la mía, que es lo que siempre definió mi manera de ser. Vamos por parte: ¿recuerdas tu comentario inicial? Pletórico de calificativos rimbombantes y denigrantes. Me llegaste a llamar racista. ¿Racista por mi cierre de artículo? Hablas de realidad multiforme del Islam: supongo que también has caminado calles de barrios musulmanes. La única realidad que vi en ellas fueron iglesias amuralladas y mucha saña para con los cristianos.
        Pero veamos el cierre que tanto te desagradó:
        «Si un día te llegases a plantear interrogantes tales como por qué puedes pensar libremente, por qué puedes vestir como te da la gana o por qué no sigues en la Edad Media, es porque el sacrificio de muchos de los que pelearon en 1212 dispuso eso: que el turbante quedara confinado al sur de Gibraltar».
        Ahora dime… ¿cual es la parte asquerosamente racista que ves en él? ¿He hablado de razas allí? No. Es una realidad cultural y religiosa… cosas que he visto caminando calles en Constantinopla, Kossovo, Bosnia, Montpellier (Francia), España, Sicilia y el resto de Italia, Albania y Bosnia. Y mira, este es el patio delantero del Islam, allí donde los lamebotas de Mahoma te muestran una sonrisa como todo aquél que sabe que está haciendo usucapión de un terreno que no le pertenece. ¿Ignorante sobre la realidad del Islam? Estoy en el tema desde que tengo 9 años de edad. Pero tu sabes todo sobre mi, según parece, y me puedes tildar gratuitamente de racista e ignorante esperando ingenuamente que me quedaré callado y de brazos cruzados. No es mi estilo andar insultando, pero tu me llevaste a eso y la prueba está en que no encontrarás una sola respuesta mía igual a la que te di a ti. Finalmente cierras tu último mensaje con pretendida altura… tu estilo difiere del mio dices… llegaste insultando aunque lo niegues ahora, y matizando tus dos líneas finales aspiras a rodearte de un aura de santo intocable. Eduardo, estoy crecidito ya para estas cosas y he arado con bueyes de incontables facetas como para andar esquivando las puntas. Francamente me sigue desconcertando tu hostilidad. Esta mente de «conocimientos superficiales y profundos prejuicios, asquerosamente racista e ignorante», te saluda cordialmente. Cierto, con ironías o sarcasmos, los insultos hasta parecen poesía. Que duermas bien.

        PD: ¿qué puedo agregar sobre el primer párrafo de tu segundo comentario? ¿Prejuicios imperialistas y visión etnocéntrica? Casi se te cayó la careta.

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