Los mejores emperadores de Bizancio:
eficiencia y eficacia como indicadores de popularidad.
Parámetros tenidos en cuenta en el estudio:
- Logros militares de mediano y largo alcance (Basilio II, Alejo I Comneno, Juan II Comneno, etc.).
- Hiperactividad en el campo religioso (Constantino V).
- Logros sociales, económicos y administrativos de mediano y largo plazo (Teofilo, Romano I Lecapeno, etc.).
- Nobleza en la tragedia (Constantino XI Dragasés, Manuel II Paleólogo).
- Recuperación militar (Justiniano I el Grande, Juan I Tzimisces, Nicéforo Focas, Alejo I Comneno, Miguel VIII Paleólogo, etc.).
- Habilidad diplomática y estrategia (Alejo I Comneno, Romano I Lecapeno, etc.).
- Personalidad descollante (Manuel I Comneno, Basilio II Bulgaróctonos, Juan II Comneno, Teofilo, etc.).
- Admiración por lo que pudo ser y no fue (Teodosio I, Heraclio, Manuel I Comneno, etc.).
- Restablecimiento del orgullo romano (Justiniano I, Alejo I, Miguel VIII Paleólogo, etc.).
- Popularidad a través de la enseñanza (programas educativos de nivel secundario y universitario) (Justiniano I por excelencia).
- Reconstrucción estadual (Basilio I, León VI, etc.).
- etc.
Reflexiones personales:
Honestamente, sin embargo, pienso que la popularidad de algunos emperadores bizantinos procede en general de un abanico cerrado (muy cerrado) de previos:
- Fama (Justiniano I).
- Reconocimiento por logros militares (Heraclio en la guerra bizantino-persa, Basilio II por sus campañas búlgaras y su lucha contra la «gran propiedad»).
- Solidaridad en la tragedia (Constantino XI, Manuel II Paleólogo, Heraclio).
Somero, muy somero análisis caso por caso:
a) Justiniano I (527-565):
Uno de los emperadores más populares que reinaron en Constantinopla, Justiniano I fue de hecho el artífice de la recuperación de las provincias occidentales de África, Italia y España, la «renovatio imperii», sin mencionar su impresionante codificación del derecho romano y su eximia obra arquitectónica, Santa Sofía. No obstante, a la hora de un análisis en profundidad para evaluar su obra subyacen varios interrogantes: ¿se tuvieron en cuenta sus gruesos errores geopolíticos respecto a eslavos y persas y la asfixiante presión impositiva que impuso a las provincias orientales para encarar la restauración imperial? ¿Se consideró la actitud extremadamente dubitativa del emperador frente a la truculenta rebelión de las masas que se conoce como «Nika»? ¿Y que hay de la ingratitud manifiesta que el gran basilieo reveló respecto de Belisario?
b) Heraclio (610-641):
Magnánimo en la grandeza, Heraclio abandonó su amada África para salvar a la mismísima Constantinopla del gobierno de un insufrible e incompetente Focas. Y casi de inmediato se vio obligado a asumir el mando de las expediciones que habrían de frenar primero y poner en retirada después a los persas. Heraclio sin ninguna duda preservó al Imperio de la incompetencia de su antecesor y luego recuperó militarmente las provincias romanas del Cercano Oriente y Egipto. El hijo del exarca de Cartago puede considerarse como una bisagra en la Historia Bizantina. Tras él el Imperio de Oriente entró de lleno a su etapa medieval, aquella misma donde los elementos romanos comenzaron a ceder ante los helenísticos. El imperio inclinó su corazón decididamente por Oriente. El advenimiento del Islam tuvo mucho que ver en ello por que desde Heraclio en adelante la mayor amenaza procedió primero de los desiertos de Arabia y después, de los rutilantes palacios de Damasco. Heraclio, a pesar de todo, fue aplazado por la Historia en la última etapa de su reinado. Fue como si, tras la destrucción del peligro persa, el basileo se hubiese dormido en los laureles de la gloria. Yarmuk fue para él lo que Manzikert (1071) para Romano Diógenes y Myriokephalon (1176) para Manuel I Comneno. En definitiva, militarmente sus logros frente a los Sasánidas quedaron opacados por la pérdida de Tierra Santa, Siria y Egipto en manos de los árabes. Heraclio no pudo (no supo en opinión de otros) solucionar el problema que supuso la arremetida de Mahoma y sus generales desde uno de los flancos del Imperio y, en consecuencia, quedó a mitad de camino. Él y nadie más que él fue quién tuvo en sus manos el grifo del diluvio musulmán que vendría más tarde y no fue capaz de cerrarlo. Constantino XI seguramente se debió acordar mucho de Heraclio cuando, espada en mano y viendo que los turcos otomanos se le echaban encima desde la Kerkaporta, entregó su alma a la inmortalidad.
c) Constantino V (741-775):
Un estratego como pocos y un emperador-general de gran valía. Constantino V combatió hábilmente a los árabes aprovechando que los Omeyas de Damasco estaban siendo desplazados por los abasidas de Bagdad. Se puede decir que las grandes expediciones militares musulmanas del siglo VIII llegaron a su fin bajo su reinado. Pero nos quedan algunas dudas: ¿cuánto tuvo que ver en ello la hábil política interna y externa de León III?; ¿y la decadencia árabe subsiguiente a la irrupción de los abasidas? Constantino V, victorioso en el Este y moderador en el Norte, fue incapaz de detener la caída de la autoridad bizantina en Italia. Al tomar los lombardos Ravena en 751, los papas patearon el tablero y se volvieron en busca de la ayuda de los francos. Hoy no se podría hablar quizá de un Carlomagno emperador si Constantino V hubiera adoptado una actitud más beligerante en el antiguo corazón del Imperio Romano. En el campo religioso, la labor del basileo fue tan vasta como discutible. Constantino V fue el precursor de un concilio ecuménico que llegaría a condenar el culto a las imágenes. De pronto, las representaciones religiosas fueron substituidas y el interior de los palacios, monasterios e iglesias bizantinas, decorados con representaciones simbólicas de aves, árboles y animales, se pareció más al de una mezquita que al de las viejas paredes de Santa Sofía. Entonces, ¿cuánto tuvo que ver la política iconoclasta del emperador que nos ocupa en la desaparición de la influencia bizantina al Oeste del Adriático? Constantino V en cierto sentido es el padre de la Europa medieval tal como hoy la concebimos, con una iglesia occidental independiente, soberana en la práctica, y un Sacro Imperio Romano en gestación.
d) Basilio II Bulgaróctonos (976-1025):
Sufrido como nadie, comprometido en sus deberes señoriales, orgulloso, realista, obstinado en la responsabilidad, hábil administrador, enemigo de la distribución irracional de la riqueza, este basileo reunía un sinnúmero de valores que envidiaría cualquier auditor de calidad de las sociedades comerciales de hoy (especialmente su grado de detallismo al gobernar). Su lucha casi personal contra los Bardas, que deseaban arrebatarle el poder, le hicieron madurar desde una adolescencia plagada de banalidades de la que su hermano, Constantino, futuro soberano (1025-1028), jamás se repondría. Basilio II templó su alma en la lucha contra los terratenientes y entendió que su estado tendría una base sólida en la medida que se disciplinase a los indóciles y oportunistas enemigos internos procedentes de la nobleza. La derrota de los Bardas, es cierto, con la ayuda del príncipe de Kiev y sus rusos, le abrieron a Basilio II las puertas para acometer el segundo gran desafío de su reinado: la destrucción del Imperio de Samuel. Fue tan efectiva su obra en este sentido, que los búlgaros ya no volverían a ser una amenaza hasta 1186. En cierto sentido fue un clarividente: no se dejó seducir por confusas y grandilocuentes ideas de «renovatio imperii». Todo lo contrario, siempre tuvo en claro cuál era el límite de sus posibilidades, enmarcadas en recursos escasos, y hacia dónde debía apuntar su estrategia geopolítica. En este punto me permito tomar, las palabras de un integrante del extinto foro de imperiobizantino.com:
«La política asiática de Basilio perseguía asegurar la seguridad del núcleo territorial del Imperio, Anatolia, pero no la expansión territorial. El protectorado sobre Siria-Palestina buscaba controlar las acciones fatimíes y asegurarse el control del gran mercado caravanero que era Alepo. Que quede muy clara una cosa: el imperio egipcio de los fatimíes no podía competir militarmente con Bizancio y a lo sumo su potencial bélico equivalía al de la Bulgaria de Samuel. De haberlo querido, o de haber vivido más años, Basilio II podría perfectamente haber conquistado Palestina y destruido a los fatimíes. En cuanto a Italia, la prevista campaña contra la Sicilia musulmana perseguía el mismo fin que los movimientos en Siria: asegurar la soberanía bizantina en Italia… Insisto, no se trataba de una política expansiva de dominación universal, sino de campañas para salvaguardar el núcleo del Imperio: las provincias egeas y Asia Menor. De hecho, esta política fue un éxito ya que el Imperio vivió más o menos tranquilo hasta que Constantino IX (1042-1055) decidió reducir gastos disolviendo las tropas de los themas armenios que protegían Anatolia (1053). Y es que la integridad de la Anatolia bizantina era una cuestión fundamentalmente militar: mientras hubiese en Oriente un ejército profesional, numeroso, eficiente y bien pagado (a finales del siglo X las milicias territoriales de los themas ya no eran tan importantes), Anatolia estaría segura, pues los turcos no eran más que un conjunto de tribus numerosas pero mal avenidas que dificilmente hubieran podido vencer a un ejército en condiciones como el que Basilio legó a sus ineptos sucesores».
No obstante, Basilio II no supo o no se dio cuenta lo que implicaba la elección de un sucesor digno del cargo. Su hermano fue irrelevante y los sucesores y últimos soberanos macedónicos deshicieron en breve lapso de tiempo lo que a sus antecesores tanto había costado desde los días de Basilio I (867-886). Si Mahoma y el advenimiento del Islam fueron una tragedia para Heraclio en el siglo VII, la falta de visión «dinástica» de Basilio II lo fue para el Imperio en el siglo XI. En cuestión de unos pocos decenios Constantinopla perdió todas sus ventajas comparativas frente a sus enemigos: cohesión, distribución equitativa de la tierra y la riqueza, poder centralizado fuerte y dinámico, etc.
e) Constantino XI Dragases (1448-1453):
En mi terruño diríamos: «le tocó bailar con la más fea». Y es cierto: Constantino XI llevaba una vida mucho más placentera en Morea (Peloponeso), cuando el destino le mandó a llamar para convertirlo en emperador, el último basileo de los romanos de Oriente. Constantino XI estuvo en todo momento a la altura de las circunstancias. La Historia ha sido injusto con él: le dio un guiñapo de Imperio cuando siglos antes había entregado un estado inmenso a los adoquines de la dinastía de los Ángeles o Ángel. A Constantino XI no le importó; asumió el cargo con gran dignidad y en el momento en que hubo que afrontar lo peor,él ni siquiera se inmutó por lo que el destino le ponía delante. Humilde, valeroso, magnánimo, obsecuente, diplomático y valeroso soldado, consagró lo que le quedaba de su vida para salvar lo insalvable. Muchos Macedónicos, Ángeles y Paleólogos ya habían hecho años antes lo indecible para evitar torcer el destino. El imperio debía caer irremediablemente y Constantino XI murió con él como un verdadero romano.
f) Alejo I Comneno (1081-1118):
Hábil estratega, concienzudo político, brillante militar, planificador eximio, se puede hacer con él una larga lista de sustantivos con adjetivos calificativos grandilocuentes y rimbombantes. A Alejo le correspondió lidiar casi simultáneamente con los normandos, con los cruzados de Pedro el Ermitaño y con aquéllos de la cruzada señorial de Raimundo de Tolosa, Esteban de Blois, Godofredo de Bouillón y demás, sin mencionar a los de las cruzadas de 1101. También tuvo que vérselas con los turcos de los emiratos levantados desde las cenizas de Manzikert: Chaka, Menguchek, Danishmend, Abul Kasim, y Suleiman ibn Kutulmish. Al Norte, entretanto, debió soportar una invasión de los pechenegos o patzinaks, que supo conjurar exitosamente. Recapturó Nicea y gran parte del Asia Menor, dándose el gusto de vencer a los selyúcidas hasta el último día de su largo reinado (Filomelio, 1115). Alejo I mostró grandes dotes de estadista y organizador cuando debió lidiar con los ejércitos cruzados que, desde diferentes puntos, atravesaban sus dominios. Cuando en 1081 el basileo asumió la púrpura imperial, el estado bizantino había mudado el núcleo central de sus tierras desde el Asia Menor a los Balcanes. Los turcos selyúcidas se habían apropiado de casi todas las provincias asiáticas, aprovechando su privilegiada posición en tanto que guarniciones de las grandes ciudades anatólicas de Nicea, Neocesarea, Cesarea Mazacha, Teodosiópolis, Esmirna, Iconio, etc. Entretanto, desde el Oeste, los normandos de Bohemundo hacían de las suyas en los Balcanes: habían desembarcado en Epiro y avanzaban a paso firme por la vía Ignacia. La versatilidad de Alejo, no obstante, fue demasiado para los molestos vecinos del Imperio y una inteligente apropiación de los fines de la I Cruzada le valieron a los bizantinos la reconquista de amplias zonas del Asia Menor. Pero Alejo le vendió el alma al diablo: para salvar a su país de la ruina el basileo debió pactar con los venecianos y en 1082 firmó un tratado que condenaba a los comerciantes bizantinos por toda la posteridad. «Pan para hoy, hambre para mañana» no es un lema que habilite popularidad o prestigio.
g) León III (717-741):
Antecesor de Constantino V, un usurpador hecho y derecho, desplazó del poder mediante un golpe truculento a Teodosio III (715-717). Y sin embargo fue un personaje de epopeyas en la lucha contra la creciente amenaza árabe. Procedente del norte de Siria, posiblemente de Germanicea, León III llegó al trono justo cuando las fuerzas navales árabes se relamían ante la perspectiva de derribar al mayor bastión del cristianismo, la ciudad de Constantinopla. León III defendió la capital imperial con hidalguía, valiéndose de las poderosas fortificaciones de la metrópoli, del fuego griego y del despiadado invierno del 717.
Vencedor de las avanzadas del Islam, el primer representante de la dinastía Siria sucumbió, no obstante, al influjo de la nueva fe al favorecer la prohibición de las representaciones religiosas en el interior de los monasterios, palacios e iglesias. Primer soberano decididamente iconoclasta, León se consagró con ahínco a impedir que sus súbditos veneraran los iconos. Fue una tarea destinada al fracaso que insumió ingentes recursos materiales y humanos al imperio. Para él valen las mismas consideraciones que para su hijo Constantino V. Ambos, en gran medida, fueron los artífices de la gestación de una iglesia occidental independiente y de un estado pseudo-romano que llegaría a disputarle al Imperio Bizantino la pretensión de soberanía universal y la herencia de Roma (me refiero al Sacro Imperio Romano Germánico). Es cierto, la labor de León III no solo se concentró en el terreno militar y religioso; el basileo también propició una reforma judicial y la reorganización de las finanzas estaduales. A esto último se debe sin ninguna duda la estabilidad conseguida por el Imperio a lo largo del siglo VIII. Pero las disputas entre iconódulos e iconoclastas a mi modesto entender representaron un aspecto muy negativo en su largo reinado. El basileo apretó la marcha en pos de una meta, pero con la presión también aparecieron los elementos negativos devenidos del terreno religioso. León III quiso imponer sus convicciones espirituales y no le fue bien: la herencia de la sórdida lucha que inició pasó a su hijo y constituyó un pesado lastre que el estado bizantino debió acarrear durante casi un siglo.
h) Nicéforo II Focas (963-969):
General, primero, y gobernante por la muerte de Romano II (959-963), después, Nicéforo Focas fue un personaje tan inquieto como emprendedor. Bajo su reinado el Imperio se cobró largamente revancha de los árabes: conquistador de Creta (en sus años de general de Romano II), Cilicia, Chipre y parte de Siria y vencedor del jeque hamdaní Sayf al Dawla, Nicéforo II, sin embargo, se amilanó ante el poderío de los búlgaros, debiendo recurrir a los rusos. En el aspecto económico, las medidas del basileo fueron sumamente contradictorias. Favoreció por un lado a los estratiotas como una manera de alentar la lucha contra sus vecinos, pero también adoptó una legislación favorable a la nobleza, gravosa para el campo y contraria a los intereses de las clases menos pudientes (por ejemplo abolió la preeminencia que tenían los pobres para adquirir tierras de las clases adineradas). La política de precios de los cereales impuesta en la capital por el hermano de Nicéforo, León Focas, pronto le costó la popularidad al emperador. Fue realmente una pena que una mujer perdiera a Nicéforo: la emperatriz Teófano, con quien éste se había casado para legitimar su título, se alarmó por la situación de tirantez creada en la capital por causa de la insensatez de León Focas y llamó a Juan Tzimisces (el futuro Juan I). Seis años después de que se calzara la púrpura, Nicéforo cayó víctima de una celada mientras dormía placidamente.
i) Constantino VII Porfiregénita (913-959):
Apenas un infante cuando la muerte de su tío Alejandro le convirtió en emperador, Constantino VII tuvo la suerte de contar durante la primera etapa de su reinado con un colaborador excepcional aunque también ambicioso: Romano I Lecapeno (920-944). Recién hacia el 948 pudo Constantino VII desembarazarse de Romano y sus hijos… para rodearse de nuevos colaboradores: Teófilo y Teodoro. Así, pues, mientras los quehaceres domésticos relacionados con la guerra y la administración económica, financiera y judicial recaían en terceros experimentados, el emperador se entregaba a aquéllo para lo que realmente había nacido: la actividad artística y cultural. En cierta manera, el Imperio se aprovechó de su amor por el arte para recuperar la memoria que había perdido durante el período iconoclasta. El auge y el florecimiento de todas las ciencias completaron el exitoso periplo que lentamente se venía también manifestando en el campo militar: el renacimiento macedónico no fue un renacimiento que se asentó únicamente sobre el pilar de la guerra. Constantino VII con su pasión por todo aquello que tuviese que ver con el intelecto se encargó de poner las restantes patas a la mesa de tal renacimiento. Como nunca antes, se volvieron a alentar las cátedras de literatura, astronomía, filosofía, geometría, retórica, teología, historia, derecho, etc. Sin embargo, bien podrían adjudicarse los logros de su reinado a su socio, Romano I Lecapeno, que en definitiva, también fue un soberano con poder efectivo. O al menos, hacerles compartir tales logros. En suma, Constantino VII fue indispensable para dotar de un plus, de un valor agregado intelectual a los hombres que integraban la sociedad que le tocó gobernar. La civilización bizantina se enriqueció gracias al Porfirogénita. Cuando en 1204 los rudos sargentos de la IV Cruzada se entregaron al saqueo de Constantinopla, lo hicieron sin saber que gran parte de lo que destruían formaba parte de un largo bagaje cultural atesorado ampliamente en tiempos del emperador que nos ocupa.
j) Basilio I (867-886):
Inescrupuloso y decidido, Basilio I llegó al trono bizantino aprovechándose de la ingenuidad del último soberano amorita, Miguel III (842-867). En primer lugar, el fundador de la dinastía macedónica fue exaltado por Miguel como favorito frente a Bardas, el anterior ocupante de dicha dignidad y luego el propio emperador lo unió matrimonialmente con su antigua amante, Eudoxia Ingerina. Ubicado estratégicamente entre los solapamientos de poder de la corte imperial, Basilio no tuvo obstáculo en eliminar primero a Bardas y después al propio emperador. En 867 se convirtió en basileo, cargo que detentaría casi durante las siguientes dos décadas. ¿Qué se puede decir acerca de Basilio I? Su falta de escrúpulos y su capacidad para afrontar adversidades se manifestaron desde un primer momento cuando el nuevo emperador destituyó a Focio, que tantas tertulias había causado en la relación con el Papa. Y sin embargo Basilio no se mostró condescendiente con la política papal de sometimiento espiritual e ideológico a cualquier costa. El basileo se puso firme y su firmeza le valió la incorporación de la iglesia búlgara a la órbita de influencias de Bizancio, mientras en Roma los prelados se mordían los dientes de la ira y la frustración. No se llegó entonces a un cisma por la fuerte personalidad de Basilio, que se hizo patente frente a Focio y por la política dubitativa de Roma, donde el Papa resolvió no subir la apuesta y se retiró de la pulseada.
En política exterior Basilio debió actuar rápidamente para deshacerse de la presión que los árabes, a la manera de un cascanueces, ejercían desde los flancos oriental y occidental sobre las fronteras del Imperio. En el frente italiano y en las costas de Dalmacia, adonde los musulmanes se habían hecho fuertes creando sendos emiratos, los generales de Basilio, apoyados por contingentes eslavos y francos, consiguieron liberar ciudades tan importantes como Bari y Ragusa, aunque no pudieron impedir la pérdida de la isla de Malta. En el Este, entretanto, la suerte de las armas bizantinas también fue oscilante, pasando de estupendas victorias como las obtenidas en Samosata a dolorosas derrotas como la de Melitene. No obstante, bajo Basilio se hizo patente que los bizantinos habían abandonado su posición expectante para pasar a la ofensiva bajo la directriz de restaurar las antiguas fronteras.
También el basileo se ocupó de la justicia y de la cultura, llegando el Imperio a vivir un periodo de florecimiento general cuya avanzada se situaba en el mismo palacio de Magnaura, en la escuela laica allí fundada y que ya antes de la ascensión de Basilio había tomado bajo su responsabilidad la exaltación de las artes y de las letras.
k) Teófilo (829-842):
Un innovador. Toda reforma implica de por sí un cambio que afecta radicalmente las capas de individuos que subyacen sobre las antiguas y muchas veces rancias estructuras estaduales. Y Teofilo emprendió la tarea sin que le temblara el pulso. Bajo su égida aparecieron nuevas unidades territoriales, se fusionaron otras y se crearon finalmente organizaciones especiales para conjurar la amenaza de las potencias vecinas. Por otra parte se aceitaron los mecanismos de recaudación impositiva, todo lo cual se vio aparejado mediante un renacimiento artístico y cultural que llegó a hacer las veces de un contrapeso para el califato. Pero Teofilo no las tuvo todas consigo en el campo militar. Cada vez que intentó sacar partido de las desavenencias de sus enemigos, el califa Mutasim (833-842) le devolvió el golpe con una cuota mayor de efectividad y audacia. Así, Teófilo debió vivir su peor tragedia cuando un ejército árabe se abrió paso por el corazón de Capadocia y devastó Amorio, la capital de la provincia de Anatolia y ciudad natal de su padre, Miguel II (820-829). En suma, Teófilo fue un buen prospecto al que solo faltó una rutilante victoria militar para coronar su eficiencia como gobernante y administrador.
l) Juan I Tzimisces (969-976):
Brillante soldado y experimentado general, Juan obtuvo grandes victorias tanto en Oriente como en Occidente. Vencedor de los rusos de Sviatoslav, el emperador se hizo legendario, sin embargo, por sus victorias en el frente oriental. En sus manos cayeron las mayores ciudades de Siria y hasta la metrópoli de Damasco se vio obligada a reconocer la superioridad de los bizantinos luego de que las fuerzas del basileo sometieran a todas las grandes urbes del valle del Orontes (Homs y Baalbek entre ellas). Su política interior se redujo a favorecer a los estratiotas frente a la ambición de la Iglesia y la nobleza, prestas siempre a hacerse de los fundos del campesinado libre. Con todo, es indudable que los mayores logros del breve reinado de Juan I proceden de la política exterior del emperador.
m) Miguel VIII Paleólogo (1259-1282):
Batalla de Pelagonia (1259), tratado de Ninfea y posterior reconquista de Constantinopla (1261), concilio de Lyon (1274) y finalmente Vísperas Sicilianas (1282) son, sin lugar a dudas, los momentos culminantes del largo reinado de Miguel VIII. En su persona, los bizantinos hallaron al portaestandarte de la recuperación imperial luego de la flagrante humillación sufrida a manos de los venecianos y demás participantes de la IV Cruzada (1204). En cierta manera, la irrupción de Miguel en el difícil escenario que servía de contexto para las pretensiones de restauración imperial de los nicenos me recuerda mucho a los tiempos en que Alejo debió hacerse cargo de los despojos del Imperio, sobrevivientes a la derrota de Manzikert. Hacia 1259 el Imperio de Nicea era un estado más entre varios dispuestos a encender la antorcha que se había apagado en 1204. Rodeado hacia el Oeste por una constelación de pequeños y medianos reinos, griegos unos y franceses, latinos, servios y búlgaros otros, y siempre bajo la amenaza latente de los selyúcidas, Miguel no dudó en apelar a sus excelentes dotes de diplomático para sacar adelante la situación. Para neutralizar a sus ambiciosos vecinos, el basileo deslizó a sus embajadores a espaldas de sus enemigos, concertando tratados y alianzas con el Papado, Génova, Hungría, Egipto, Aragón e inclusive con la Horda de Oro de Rusia. Tales movidas le reportaron grandes beneficios: gracias al tratado de Lyon, donde el emperador debió aceptar la supremacía papal, la pretendida invasión planificada por Carlos de Anjou para apropiarse de Constantinopla se vio demorada durante algún tiempo. Los mamelucos de Egipto y los mongoles de Rusia, entretanto, le permitieron mantener a raya a otros dos peligrosos enemigos como los selyúcidas y los búlgaros respectivamente. Aunque la ansiada cruzada que pretendía levantar Carlos de Anjou en su contra nunca llegó a concretarse, la amenaza de por sí determinó que numerosos contingentes fueran desplazados desde Asia Menor a los Balcanes. Dichas fuerza jamás regresarían a sus bases en la frontera oriental, que quedaría desguarnecida frente al goteo interminable de bandas de pastores turcomanos.
Miguel VIII fue un gran diplomático que, sin embargo, no supo medir las consecuencias de sus actos: mientras Nicea fue la capital de su estado, los musulmanes fueron contenidos a lo largo de toda la frontera asiática, mérito indiscutible de la dinastía Lascaris (que dicho sea de paso se extinguió por obra de Miguel VIII). Cuando Miguel volvió su mirada hacia el Oeste firmó la sentencia de muerte del último reducto asiático cristiano y bizantino (omitiendo por cierto al Imperio de Trebizonda).
n) León VI (886-912):
León VI, hijo y sucesor de Basilio I el Macedonio (867-886) fue al igual que su padre, uno de los autores de la recuperación bizantina que culminaría con los días de oro previos al desastre de Manzikert (1071). Como Basilio I, León se preocupó por reorganizar el ejército y la administración de las provincias, por impulsar el desarrollo cultural de su estado y por apuntalar las instituciones jurídicas. Fue precisamente en ésto último adonde el basileo tuvo la oportunidad de demostrar su capacidad e idoneidad, a través de una actualización de la codificación del derecho que se vio coronada con la promulgación de un enorme número de decretos. El emperador también se encargó de la reorganización administrativa del Imperio, cuyas víctimas principales resultaron ser los senadores del otrora prestigioso cuerpo. Tampoco León VI descuidó las fronteras del Imperio; las luchas contra los árabes en el Este y contra los búlgaros en el Oeste, con suerte diversa, sirvieron para conservar los límites, aunque el basileo sufrió numerosos y trágicos reveses. León de Trípoli fue una molesta espina que se clavó en su carne, estigmatizando su reinado frente a los osados piratas del Egeo, desde 904 hasta finales de su reinado. En el plano interno, León VI se reveló como un soberano incansable en el reordenamiento jurídico del estado bizantino. Sus obras conformaron el basamento sobre el cual los futuros emperadores consolidarían el ulterior prestigio militar logrado a expensas de búlgaros y árabes.
o) Romano I Lecapeno (920-944):
Un verdadero infiltrado en la corte de los descendientes de Basilio I, Romano I tuvo la habilidad de establecerse en el poder casando a una de sus hijas con el soberano legítimo del Imperio, Constantino VII Porfirogénita (913-959), lo que le posibilitó asociarse al poder. Valiente soldado, también fue un descarado nepotista, ya que no tardó en desplazar a los macedonios (cierto, sin llegar nunca a desbarrancar a Constantino VII) de los puestos claves del gobierno en beneficio de su propia parentela. Así, con sus hijos Cristóforo, Esteban y Constantino, Romano llegó a conformar una verdadera tetrarquía que en determinado momento llegó inclusive a poner en duda la continuidad de la dinastía fundada por Basilio I, amenaza que finalmente quedaría en los papeles.
En el campo social Romano I fue uno de los primeros soberanos que tuvo la capacidad de avizorar el daño que el encumbramiento de los latifundios estaba causando al pequeño campesinado. Con este fin, el basileo apeló una serie de disposiciones que modificaban las Novellae, e impedían el desplazamiento de tierras hacia unos pocos adinerados. De la misma manera se opuso tenazmente a la difusión del patrocinium bajo cuya figura los campesinos más débiles procuraban evitar la carga impositiva al mismo tiempo que se colocaban bajo el amparo de un poderoso.
En política exterior, Romano tampoco descuidó las fronteras del Imperio; el flanco balcánico fue puesto bajo resguardo mediante la diplomacia y una política de alianzas matrimoniales que aseguró una coexistencia llevadera con el vecino reino de Bulgaria. En Oriente, entretanto, la guerra contra los hamdaníes (herederos de las tierras sirias del Califato) corrió con diferente suerte; hubo en un principio una manifiesta preponderancia de los musulmanes que hacia finales del reinado de Romano fue neutralizada mediante una gran victoria militar que redundó en la recuperación de algunas ciudades eufráticas. Pero nada más. El basileo en cuestión fue primero separado del poder por sus propios hijos y luego desterrado a una oscura isla, donde finalmente moriría cuatro años más tarde.
p) Juan II Comneno (1118-1143):
¿Qué puedo decir acerca de Juan que no haya sido dicho ya? Juan II está entre los mejores soberanos que rigieron los destinos del Imperio Bizantino. Ya sus contemporáneos atinaron acertadamente al adjudicarle el sobrenombre de Kaloianes o el Bueno. El basileo tenía una personalidad excepcional que se reflejaba permanentemente en el trato con amigos y enemigos. Los comienzos de su reinado no fueron para nada fáciles; Juan debió competir palmo a palmo por el trono con el bando rival que encabezaba su hermana Ana y el esposo de ésta, Nicéforo Brienio, disputa que hábilmente consiguió superar con la ayuda de su consejero, Juan Axuch, un antiguo amigo y asesor de su padre. A poco de haberse afirmado en el poder, el emperador echó mano a los considerables recursos materiales y humanos que había heredado de su antecesor para combatir a los turcos selyúcidas en el Asia Menor. Mediante algunas excursiones punitivas Juan logró desalojar a los musulmanes de Frigia y Opsikion, arrebatándoles Laodicea, Sosópolis, Coni, Hierápolis y Attalia, aunque el grueso de sus esfuerzos se concentró más al norte, en torno del ducado de Trebizonda, donde los danisméndidas constituían una amenaza mucho más seria que sus primos de Iconio. También el basileo debió vérselas con los pechenegos quienes por enésima vez habían vuelto a vadear el Danubio y se entregaban al saqueo de la provincia bizantina de Bulgaria. Juan era un avezado soldado y no dudó en salirles al encuentro cerca de Veroia, donde les derrotó borrándoles para siempre de la Historia. También el basileo luchó contra los armenios de Cilicia y los francos de Antioquia, aunque sus logros en estas latitudes fueron efímeros.
En política interior el segundo Comneno (tercero si consideramos a Isaac I) también reveló poseer un espíritu tan altruista como bizantino; entre otras cosas, fundó el monasterio de Pantocrátor, a partir del cual practicó una política social proclive a la atención de los desamparados, los enfermos y los veteranos de guerra. Precisamente de esta actividad heredaría su hijo y sucesor Manuel el amor por la medicina y el cuidado de los enfermos.
Para finalizar, en la persona del segundo Comneno (obviamente no se incluye a Isaac I), se conjugaban la habilidad del estratega, la prudente paciencia del diplomático, la aguzada visión del estadista, la vehemencia del soldado, la eficiencia del gobernante y por sobre todo, la infinita pasión de un ser humano.
q) Manuel I Megas (1143-1180):
Manuel fue un soberano tan polémico como polifacético… lo fue y lo sigue siendo para aquéllos que aún hoy no consiguen advertir la simbiosis y posterior fusión de elementos tan divergentes que logró hacer confluir bajo su reinado. El basileo fue un auténtico autócrata bizantino, mal que le pese a quienes lo acusan de filiación occidental. No hubo antes ni habría después un emperador que comprendiera tan bien como él la realidad de su tiempo. Manuel advirtió desde un principio que la Historia le había ubicado frente a una encrucijada, le había escogido para constituir una bisagra en el tiempo entre el Imperio Bizantino conservador e «hiperboatizado» que había existido hasta esos días y el Imperio que habría de sobrevenir, más dinámico, menos solemne y mucho mas maleable frente a los eventos que se estaban sucediendo en Occidente. Es verdad, la mayoría de sus súbditos encabezados por una nobleza cómodamente instalada en las pronoias que se venían instituyendo desde hacía tiempo, fueron los primeros en enfilarse contra la nueva corriente de pensamiento imperante. Una pena. A Manuel le correspondió decidir entre un mundo y otro y él lo resolvió tomando lo mejor de la concepción occidental de vida sin renunciar al más puro estilo bizantino.
Autor: Guilhem W. Martín. ©